Despertamos un lunes cualquiera en el Parque Natural de
Yanachaga en la Selva Central del Perú. Son las 5:30 am, la luz ya es clara e
intensa y un sonido en especial me llama la atención al despertar. Abro la
cremallera de la carpa y el olor característico a vegetación húmeda de selva
invade mis pulmones. Ha llovido toda la noche y aún está todo mojado. El
Gallito de Roca es el responsable de ese sonido especial. Por lo menos una
docena de esta ave autóctona de la zona está haciendo su danza matutina diaria;
bailan y vuelan de rama en rama en los árboles situados frente a la zona de
camping. Con cautela, para no espantarlos, nos acercamos para verlos mejor. Qué
hermoso, cabeza y pico colorados. Después de un desayuno a base de frutas
que traíamos y otras que nos dejó nuestro amigo Juan (plátano, papaya, manzana,
mandarina,...) salimos a pasear por los senderos selváticos del parque. Esta
zona se conoce como ceja de selva, por ser vegetación selvática entrada en la
montaña. ¡Y qué majestuosas las montañas! Caminamos conversando, observando las
plantas con hojas tan grandes y tallos gruesos, hay lianas, frutos en el suelo,
todo tipo de planta chiquita que crece en otra planta. El camino finalmente
lleva al río pero el musgo hace que las rocas estén muy resbalosas y hay que
bajar y subir casi a cuatro patas para no caerse. Al llegar al río nada más se
oye. Tiene fuerza, atraviesa el valle con una intensidad impresionante. Sólo
paramos ahí a escuchar. Nos sentamos frente al cauce. Inspiro aire lo más profundamente
que puedo para llenar mis pulmones, y después soltarlo despacio por la nariz
mientras abro lentamente los ojos. La iluminación ha cambiado, es tenue pero
brillante. Se siente la energía en las manos, en las piernas, en el pecho. La
respiración ayuda a conectar con esa energía y la gravedad atrae mi cuerpo
hacia el centro de la tierra. Es una sensación de paz inmensa y, a la vez, de
fuerza y coraje. Después de un rato decidimos reconectar con la otra realidad y
volvemos al camino. Está lloviendo, chispeando más bien. Pero en el sendero
apenas se siente, los árboles y plantas nos protegen. Al salir a la ruta de
tierra sí sentimos la lluvia. Es piola, como dicen en Chile, así que no nos
moja demasiado. Incluso se agradece, sentir cómo cae el agua en la cabeza, en
la cara al mirar al cielo. ¡Estamos en la selva! El camino está todo encharcado
y nuestros pantalones embarrados. Al llegar al camping esperamos un poco a que
pare la lluvia y nos quedamos dormidas bajo el techado de madera. Despertamos
de nuevo con el sol del mediodía. Momento perfecto para darse un baño en el
río. Dejamos todo listo y bajamos a las pozas naturales que se forman en uno de
los afluentes del río Huancabamba. Todo mariposas revoloteando a nuestro al
rededor. De todos los colores y tamaños. Negra con manchas rosadas, verdosa,
amarilla y blanca, con manchas de leopardo, con brillo y polvo de mariposa, con
doble ala... La más grande es azul eléctrico por detrás y brillante, pero
cuando se posa no deja ver su azul porque por el otro lado es marrón con
manchas y se camufla con las rocas. Estamos solas, solas con la montaña, el
río, las plantas y las mariposas. Nos desnudamos y poco a poco entramos en el
agua. Según vamos entrando nos rodean las mariposas. Es una sensación de
feminidad absoluta, es poder. Dos mujeres desnudas en contacto con la más pura
Pachamama y decenas de mariposas acompañando nuestro baño. Me siento extasiada
de feminidad y de felicidad. El agua está fría al principio pero deliciosa.
Nuestro cuerpo en contacto con el brillo que refleja el sol en el agua brilla
también. Me siento una criatura selvática. Siento el elemento agua conectar
absolutamente con mi ser, también agua. Me siento plena, desearía quedarme aquí
por siempre. Descansamos en una roca mostrando al sol nuestro cuerpo. Me siento
afortunada de vivir estas sensaciones, de ser una sola con la Natura, de ser
hija del sol y del agua. No puedo estar más agradecida, cuánto aprendizaje.