domingo, 26 de agosto de 2018

Viajera soy

Hace un año emprendí un viaje que recordaré siempre. No sólo por el modo del viaje en sí, si no, sobretodo, por el contenido. Un viaje del que a veces siento que aún no he salido, que se ha metido dentro de lo más profundo de mi ser y que no quiere salir (y yo no quiero que salga). Conocer Latinoamérica ha sido un regalo inigualable; experimentar con mis pies los latidos que emanan de sus tierras, deslumbrarme con sus atardeceres o sus noches estrelladas, distinguir cada uno de los tonos de verde existentes en la naturaleza, sentir con la palma de mi mano el tacto de sus árboles milenarios, saborear la frescura única de los mangos y las paltas, recibir en mis fosas nasales el olor a azufre cargado de miseria y desigualdad, sentir mi piel erizada al escuchar historias reales y leyendas, CONVERSAR con bellísimas personas, apreciar cómo el ser humano es honrado, generoso y hospitalario, notar mi corazón crecer, mis alas desplegarse y mi curiosidad aumentar. Agradecer. Ver luz siempre.

No miento si digo que prácticamente todos los días desde que volví me acuerdo de algo: alguna persona, alguna anécdota, algún lugar, sensación… y lo extraño. Lo agradezco también, todo.

Ayer hice un pequeñísimo viaje donde volví a experimentar algunas de las sensaciones allí vividas. Qué hermoso es ver luz, cuando crees que todo se ha nublado, que te llegue la brisa del viento y no pensar en el frío, sacarle partido a cualquier inconveniente, agradecer al sol y a la luna, regalar sonrisas, ser capaz de EJECUTAR la libertad propia. Equilibrar lo interno y lo externo. Agradecer cada instante de la vida. Amar, amar con toda el alma y todo el corazón, conectar con la sabiduría, la intuición. Y sembrar. Porque aunque la tierra esté estéril siempre hay una gota de agua, un halo de luz, gente que ve el principio donde otros ven el final. Y las que vienen detrás se merecen que, al menos, lo hayamos intentado.

Hoy vengo con fuerza, con ganas de inspirar. Hoy vengo a SEMBRAR.