Para llenar, hay que vaciar.
Es uno de los aprendizajes que me llevo de estos últimos meses.
Imagínate una taza con una infusión riquísima, dulce, un poquito picante, te
encanta. Pero por mucho que te guste, si la dejas tres meses en la encimera,
sin renovar el agua, no va a ser tan gustosa. Y hay otra infusión, un poco más
afrutada y silvestre que te gusta ahora. No quieres deshacerte de tu vieja
infusión, pero si no la vacías, la otra no cabe, no entra, no tiene oportunidad.
El desapego nos permite vivir más en consonancia con el día
a día, con el presente, con la libertad de lo que necesitamos en cada momento.
Este último año he tenido valiosísimos aprendizajes, sobre
convivencia, sobre lo que significa hogar, sobre mi propia montaña rusa
emocional. He aprendido que hay que vivir el día a día porque no sabes cuándo
va a venir una pandemia que ponga el mundo patas arriba. Y no por ello hay que
dejar de tener sueños y compromisos, nos hacen levantarnos cuando caemos, nos
ayudan a avanzar.
Se han puesto de manifiesto cuáles son las prioridades y las
verdaderas necesidades básicas y que el tiempo está para disfrutar, no para ser
esclavos de nada ni nadie.
Este año que ha pasado me ha traído bellísimos regalos que
son y serán fundamentales para mi futuro. Personas increíbles que ayudan a que
la autoconfianza tenga más sentido, y a sentir que es posible tejer esas redes
que nos sostienen, esa manta que nos arropa y ese respeto en lo colectivo.
Experiencias y momentos vitales que me han hecho sentirme viva, vulnerable y auténtica.
Pequeñas almas que me recuerdan que lo bonito de la vida es no dejar de jugar,
experimentar, equivocarnos y reír, sobre todo, de nosotras mismas. Hermanas con
las que compartir inquietudes sobre cómo seguir aportando en el mundo que nos
rodea, para caminar hacia un futuro mejor, aunque haya ciertos personajes públicos
que a veces me hagan perder un poquito de esperanza en la humanidad.
Dicen, en Psicología Social, que hay tres necesidades psicológicas
básicas: la necesidad de sentirnos competentes, valiosas, dignas de
satisfacción con lo que hacemos y lo que somos; la necesidad de relacionalidad,
de sentirnos en grupo, relaciones interpersonales (por favor, ¡sanas!) en las
que haya admiración y amor mutuo; y la necesidad de tener autonomía, es decir,
poder elegir. Tan simple como eso.
La vida nos pone en el camino que debemos caminar, aunque
nos encontremos obstáculos (que, como dice Jorge Bucay, la mayoría de las veces
los creamos nosotras mismas), pero siempre son un aprendizaje, una oportunidad
de cambio, de mejorar. Siempre es más fácil caminar hacia delante con una sonrisa,
con la confianza de que todo va a ir bien, de que vas a tener ayuda si la
necesitas, y si sabes pedirla (que es otro gran aprendizaje). Es más fácil, incluso
aunque no sepamos el final, ni la meta, porque, igual que el árbol, crece y
crece aunque nunca sepa si llegará a tocar el cielo. Y el camino es la parte
más bonita de la vida.
Siempre he creído en el potencial creativo de los seres, grandes
o pequeños, en los valientes que se arriesgan a probar, que se exponen, porque
compartiendo se aprende más. Yo lo aprendí, y aunque no haya sido fácil y todavía
dudo en muchas ocasiones, puedo decir que creo en mí misma.
El segundo día del año, 2021 nos regaló la magia de la
creación colectiva cuando se genera un ambiente de confianza, de seguridad y
donde poder aprender y expresarse libremente. Un taller en el que un montón de
personas que no se consideraban musicales crearon canciones y las cantaron en
público. De este taller, con la propia magia que se había generado, surgió
también este tema. Para todas, porque todas nos merecemos la oportunidad de
sentirnos competentes, valoradas, amadas y libres.
Gracias, por tanto aprendizaje.
Comienza el cambio, se huele en las calles, en la nevada
histórica, en las miradas…
Feliz vida
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