Con las dos manos la
rodeas,
juegas primero,
malabareas.
Admiras su forma,
circular, compacta.
La pasas de una mano
a otra,
hincas un poco la uña
y se empieza a
desprender el olor.
Huele, huele, la
inspiración huele.
Se te cuela ese aroma
y te llena los pulmones.
Respiras, te relaja…
Cuando estás
preparada hincas un poco más la uña
la empiezas a pelar.
Al principio cuesta
quitar la piel
pero una vez que
empieza se hace muuuuy fácil.
Finalmente, sin darte
cuenta se ha desprendido
toda la piel, y ahí
está,
la inspiración,
desnuda en todo su
esplendor.
Está lista para
comerse, saborearse,
sacar todo el jugo
posible…
La inspiración
necesita ese tiempo primero
pero después es
deliciosa.
Es un manjar de la
vida,
es vitalidad misma.
Es crecimiento y
paladar
gusto y sapiencia.
Es frescura en la
boca,
es zumo, es sabor.
Y es ahí cuando
empieza a coger forma,
cuando la muerdes y
la comprendes,
cuando la puedes
describir y hacer explícita.
Cuando la masticas,
la tragas,
la haces tuya.
Está en ti, dentro de
ti, te acompaña.
Puedes moldearla y
retocarla.
Te ha aportado
energía y te sirve
para seguir
buscándola y encontrándola.
Y ya nunca la
olvidas, porque es imposible olvidar el sabor, el aroma de la inspiración.
Por eso, la
inspiración huele a mandarina.
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