“Somos miles las
personas que llevamos un libro en nuestra cabeza, bibliotecas itinerantes (…)
Al principio cada persona tenía un libro que deseaba recordar, y así lo hacía.
Luego, fuimos entrando en contacto, viajando, estableciendo esta organización y
forjando un verdadero plan…” Ray Bradbury en Fahrenheit 451.
Existe un mundo en el que las personas no tienen malos
pensamientos para los demás, sólo palabras llenas de emoción. Un mundo donde
todas las personas aprenden a pensar y toman, libremente, decisiones. Donde
todos caben, donde todas se expresan. La sabiduría no se censura, se comparte.
Un mundo donde se valora la belleza de las voces que narran, que cantan, que
escriben, que leen. Hay redes sin pódiums, hay sueños vehementes, hay miradas.
Un mundo que defiende lo más humano de los libros.
Existe un proyecto que trata de realizar este mundo a través de su
iniciativa: Personas libro*. Las
personas que forman este proyecto saben que “las palabras poseen un color, un
sabor, una textura, una fragancia o un aroma.” Con ellas arropan la idea
de que una vida sin reflexión no tiene ningún valor. Por eso aportan su
memoria, se aprenden un libro (o un fragmento) y lo comparten. Saben que leer
es pensar. Y defienden los libros, “porque quien quema libros termina tarde o
temprano por matar personas.” Cualquiera puede ser persona libro,
cualquier libro puede ser elegido para compartirse libremente.
Como educadora, considero de vital importancia replantearnos el mundo
que queremos, y enseñarlo a los más pequeños que tienen el futuro en sus manos.
El momento en el que estamos es especialmente importante para hacer esta
reflexión.
Quisiera, un día como hoy, mencionar a Gianni Rodari, felicitarle por su 100 cumpleaños y agradecerle su
generosidad. Por haber compartido con todas nosotras (grandes y pequeñas) la
idea de que cualquiera puede imaginar, y escribir, mundos mejores.
Rodari, en su legado, también nos recuerda que no hay que
olvidarse de ser niños. Aquí os dejo uno de sus cuentos breves.
Feliz día del libro
Un día, en el expreso de Soria a
Monterde,
vi que subía un hombre con una oreja
verde.
No era ya un hombre joven sino más bien
maduro,
todo menos su oreja, que era de un verde
puro.
para estudiar el caso de cerca y con
cuidado.
Le pregunté: —Esa oreja que tiene usted,
señor,
¿cómo es de color verde si ya es usted
mayor?
Puede llamarme viejo —me dijo con un
guiño—,
esa oreja me queda de tiempos de niño.
Es una oreja joven que sabe interpretar
voces
que los mayores no llegan a escuchar:
Oigo la voz del árbol, de la piedra en
el suelo,
del arroyo, del pájaro, de la nube en el
cielo.
Y comprendo a los niños cuando hablan de
esas cosas
que en la oreja madura resultan
misteriosas…
Eso me contó el hombre con una oreja
verde
un día, en el expreso de Soria a
Monterde.
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