domingo, 26 de abril de 2020

Sabiduría


Dejo aquí un cuento precioso que reflexiona sobre los saberes y por qué es tan importante y bonito compartirlos y crear redes.


Imaginad que alguien, después de estar mucho tiempo observando a las personas, descubre algo y se lanza al camino porque necesita dar a conocer lo que ha aprendido.
Imaginad que visita un pueblo y ve que sus gentes no saben que tienen a su alcance buenos alimentos y tampoco saben cocinarlos bien. Les muestra cómo elegir libremente lo que quieren comer y dónde pueden encontrarlo. Hasta les dice que no hace falta comer mucho para estar bien alimentados. Y les demuestra que pueden disfrutar del aroma, la textura, el sabor y el olor de, incluso, unas simples hojas de verdura. Y les enseña cómo cocinarlas sin necesidad de utensilios o aparatos sofisticados, y que el fuego, algo que sus antepasados ya conocían, es la mejor herramienta, y la lentitud. Les habla de cocinar disfrutando de cada acción, por pequeña que sea. Les dice cómo pueden conservar sus alimentos para disfrutar de ellos cuando los necesiten o les apetezca. Les dice también que tan importante como la comida es el comer acompañado, con sosiego, con mantel limpio si es posible, con frugalidad, con buen humor… Imaginad que todo esto y más les enseña esta persona a los habitantes de aquel pueblo.
Seguimos con la historia. Un día tiene que irse. Le manifiestan que han aprendido mucho. Quiere saber qué han aprendido y le dicen que a elegir sus alimentos libremente, a cocinarlos para que sepan bien y no pierdan propiedades y a compartirlos con otras personas con alegría. Le dicen que es buena su sabiduría (así llaman a sus conocimientos aprendidos por simple observación). Ve entonces esa persona que se puede ir a otro lugar para enseñar a sus gentes lo mismo que ha enseñado a estas. Se despide y les pide que se organicen para recoger sus alimentos, para seguir aprendiendo a cocinarlos y para celebrar comidas, aunque no haya motivo alguno. Simplemente porque sí. También les pide que muestren esta “sabiduría” que han aprendido a otras personas, ya que si a ellas les hace bien y la han recibido como un regalo, es lógico que otras personas tengan la misma oportunidad. Le dicen que sí, que se organizarán y que llevarán la sabiduría recibida a otras personas. Y se va confiada y alegre. Camina con brío al emprender su viaje, aunque sabe que va a echar de menos a las gentes de ese lugar.
Visita pueblos, ciudades y aldeas muy diferentes y distantes, y muestra que hay alimento al alcance de cualquiera, pero insiste en que es esencial cocinarlo adecuadamente y celebrar comidas sencillas para conseguir amistad, el mayor tesoro. Las gentes le dan las gracias, mientras esta persona les dice que enseña por necesidad ya que la sabiduría no sirve de nada si no se comparte. Y les anima a que lleven esta sabiduría a todas las personas. Les dice cómo, aunque les advierte de que hay muchas maneras de hacer llegar algo a los otros. Les dice que pueden celebrar comidas e invitar a personas que no saben que tienen alimentos a su alcance ni tampoco cómo cocinarlos, y que les pueden explicar cómo hacerlo.
Suelen decirle que han aprendido bien cómo elegir los alimentos, ya que solo tienen que dejarse llevar por su intuición (por su deseo, llegan a decir), pero que necesitan mejorar esa manera de cocinar en la que los alimentos no pierden propiedades y saben muy ricos. Como lo dicen sinceramente, esta persona les contesta que volverá para seguir ampliando este aprendizaje en la cocina.
Se dedica a viajar para encontrarse con personas de diferentes lugares y condiciones con el fin de enseñarles a hallar en sus propios lugares los alimentos que necesitan y a enseñarles a cocinarlos aunque sea muy básicamente para que disfruten de ellos apreciando todos sus valores, y siempre les anima a que se encuentren con otras personas para compartir sus alimentos y su manera de cocinarlos con alegría y sin olvidar la frugalidad ni el mantel.
Un día, en uno de sus viajes, una persona pequeña, pero que había empleado mucha energía en dar a conocer lo que ha recibido, le dice que es necesario que todas las personas del mundo sepan cómo encontrar los alimentos que están al alcance, cómo cocinarlos adecuadamente y que haya muchos encuentros gozosos en torno a esas comidas. Le dice también que hay mucha hambruna y tristeza en las gentes de a pie y que esas personas necesitan alimentarse y encontrarse entre ellas en torno a una comida. Sería tan bueno que pudieras hacerlo… Y recibe una contestación: Lo haremos, pero hemos de hacerlo todas las personas juntas. Si quienes ya sabemos esto nos organizamos bien, tal vez podamos llevarlo a todo el mundo como solicitas. La mujer pequeña (esta persona era una mujer) dice que no está bien no dar a conocer esta sabiduría, esta posibilidad de mejorar nuestras vidas, que ahora que la conocen son responsables de compartirla. Eso hago yo, contesta la persona que se lo enseñó, pero a veces me encuentro sola en medio del camino. La mujer pequeña le dice que es necesario ahuyentar soledades. Le da las gracias a la persona pequeña por haberle dicho aquello. También le da un abrazo grande.
Al poco tiempo, escribe a todas las personas que ha visitado para explicarles que es necesario organizarse para llevar esta sabiduría a todos los lugares del mundo, pero pide que le aporten sus reflexiones y propuestas. Como no sabe cuántas personas conocen esta sabiduría, también les pide ayuda para hacer una especie de censo. Esto hace, y lo hace con una sonrisa enorme.
Piensa que se van a apuntar todas, que va a recibir muchas reflexiones, variadas propuestas, incluso contrarias unas a otras, pero siempre razonadas para conseguir ser eficaces y compartir bien aquella sabiduría. Le entristece cuando algunas de esas personas reconocen que les sientan muy bien los alimentos y más si son cocinados de esta manera, pero no dicen nada de la necesidad de llevar la sabiduría por todos los lugares y a todas las personas, y más a quienes más hambre tienen y con más soledad e incomprensión se hallan. Le entristece que algunas personas solo piensen en su estómago y en compartir comida con aquellas otras que les caen bien; pero, siempre observa con atención a los humanos y sus pasiones, para comprender lo que les impulsa a encerrarse en sí mismos y hasta a odiarse y a llevar vidas tan infelices. Le entristece, pero lo respeta. Aunque piensa que, a veces, un estómago lleno vacía el cerebro y sobre todo el corazón. En cualquier caso, se alegra de que hayan aprendido a conseguir alimento y a cocinarlo, y de que valoren las comidas compartidas.
Pero, a pesar de esta tristeza, le apoyan otras personas, pocas, que creen en la necesidad de compartir la sabiduría aprendida. Algunas argumentan que les encantaría compartir comida con personas muy distintas. Entonces piensa en el encuentro de personas y comidas muy diferentes, y esto le llena de gozo.
Con el tiempo, comprueba que ciertas personas siguen beneficiándose de lo aprendido pero sin comprometerse para compartirlo, y quiere considerar esto como un logro, no como algo malo en sí. Pero otras se van organizando, y crean un verdadero plan para que esta sencilla sabiduría tan necesaria llegue a gentes de todos los lugares.
La historia no acaba aquí. Estas personas están en medio del camino. Se las puede encontrar. Las reconoces por su sencillez, por la limpia alegría que comparten, y por sus alimentos. Si te las encuentras, aunque sea a deshora (que es cuando ocurren los encuentros verdaderos) les puedes preguntar por esa “sabiduría”. Entonces, se sientan junto al camino contigo y comparten su frugal comida. Te dicen que no tengas prisa, que la lentitud es un valor en la comida, que la saborees, que la huelas, que la comentes, que dejes volar tu imaginación y recuerdes historias olvidadas o sueñes situaciones imposibles y que, si quieres, se las cuentes. Y te cuentan algo de ellas, un simple detalle en el que quizá te reconozcas. Luego, siguen su camino y se alegran si les acompañas, o te abrazan y te dicen dónde puedes encontrarlas. Y si algún día tienes alguna duda, podrás comunicársela. Y también podrás invitarlas a comer.
De todo ello, quizá surja una amistad de las que alimentan la vida. Y hasta podrías llegar a ser amigo de sus amigos.
Pero ahora sabes que la sabiduría muere si no se comparte.

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